Escribió en legítima defensa ante los deseos que sufrió. Escribió en papel queriendo hacerlo con la lengua en la piel. Aquellas letras fueron gritos de esperanza, de angustia o de amor buscando un imposible, algo que se anhelaba, deseaba y no tuvo, expresó ganas de aquello que calló para siempre.
Escribió como si aquella, su musa, la que le daba la inspiración necesaria para hacerlo, lo fuera a leer. Escribió hasta que el cansancio lo invadió hasta llegar a la irremediable rendición, hasta caer en la última batalla de un amor prohibido e imposible, de unos sentimientos eternos por siempre.